No quiero decirte adiós, porque no es necesario, sigues aquí más que nunca, estás en la presente memoria de muchos como un ejemplo a seguir por todos, alguien que sobrevivirá al olvido. Aún recuerdo lo mucho que me impresionó cuando me dijiste que te tenían que operar para extraerte un tumor, me acuerdo de tu risa cuando me decías “no te pongas tan serio, yo estoy tranquilo y eso que es a mí al que van a operar, todo saldrá bien”. Y salió bien, la operación sí, pero con el tiempo las manchas en las radiografías reaparecieron y te tocó el suplicio de la quimioterapia. A pesar de eso seguías dedicando sonrisas siempre que podías, disfrutando del presente y abanderando un optimismo comprometido con la sociedad en la que viviste.
Sólo en la convivencia diaria conocemos realmente a las personas, donde no pueden llevar permanentemente máscaras ni poses, donde la sinceridad se vuelve costumbre y a veces ese es el problema. Tuve suerte de poder convivir con Fran, Agus y tú durante dos años (sin contar el precedente en esa residencia de estudiantes descarriados). Por norma, los pisos de estudiantes (machos) son caos infames e infectos de suciedad y broncas. En cambio, nosotros siempre lo tuvimos pulcro y con buen ambiente, aún recuerdo cuando entraba gente y nos preguntaba, con cierto machismo absurdo al verlo todo tan limpio, “¿pero de verdad que no vive ninguna chica aquí?”
Claro que discutimos alguna vez, pero nunca hasta llegar al enfado o a la falta de respeto, siempre la amistad gobernó esa casa de estudiantes que tú supiste capitanear, ya que eras tú el que nos quitaba la pereza y nos recordaba las tareas, un paternalismo agradable y necesario. Aún no he hablado con los otros dos del piso, tampoco sé si saben la noticia y no sé cómo decírselo yo... Ahora me echarías la bronca por no ser valiente, por no atreverme a llamarlos y yo te tendría que dar la razón. Tienes mi palabra, les llamaré para hablar con ellos.
(De izquierda a derecha: Agus, Fran, Roger y yo encima de ellos tres) |
No te haces una idea de lo que me cuesta escribir todo esto, las malditas lágrimas no me dejan ver la pantalla del ordenador y estoy todo el rato secándolas, pero la tristeza es poca si la comparo con la satisfacción de haberte conocido. La fortuna me sonrió en este cruce de caminos que es la vida, aprendiendo de tus enseñanzas recibidas, de las conversaciones sobre política, de las bromas cáusticas y de esta gratitud que perdurará siempre, amigo mío.
Con cariño para:
Roger Ortiz
(1981-2012).
Roger Ortiz
(1981-2012).
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