miércoles, 30 de noviembre de 2011

LAS ENTRAÑAS DEL MONTE (part. 1)





    Nota la lengua seca, pero no le apetece beber. Sus pies son lentos, se arrastran como si su desgracia le hubiera encadenado los tobillos. Su mirada parece propia de un excombatiente y no la de un joven de dieciséis años. A estas horas debería estar en el instituto pero su secreta orfandad le exime de obligaciones. Héctor mira en la estantería de su habitación buscando una libreta a medio escribir y de un rápido barrido visual la encuentra. Abre su diario lentamente cuando unas lágrimas furtivas le recuerdan el trauma vivido recientemente. A causa del incontrolable temblor de rodillas se sienta sobre su cama deshecha y sucia desde hace una semana. Empieza a leer lo último que escribió hace dos días:

<< 28 de Marzo.
    ¡No aguanto más! Mi vida ya nunca será igual... Ya son tres ataques de ansiedad los que he sufrido estos días. Después de tanta desgracia me es imposible conciliar el sueño. Ni ansiolíticos, ni antidepresivos me devolverán la cordura... Debo saber qué le pasó a mi hermano en esa cueva, no me creo lo que dijo el psiquiatra, no me creo esas excusas que me dio. Pablito siempre fue muy bueno. Ni pulsiones psicopáticas reprimidas, como dice el doctor, ni hostias que valgan. ¡Tenía ocho años, maldita sea! ¿¡Qué niño de ocho años haría todo eso!?
    Sé que si mi hermano cambió fue a raíz de la visita a aquella endiablada cueva, ahí dentro tiene que haber algo, seguro, alguna cosa que no vimos ni mi padre ni yo. Algo que le afectó, algo que lo pudrió por dentro envenenándonos al resto de nosotros... Debo volver, descubrir qué vio. Necesito ver con mis propios ojos cada centímetro de las entrañas de ese monte, hasta encontrar la ventana al infierno que hizo que Pablito se transformara en un monstruo...
    Cuando vuelva de ese lugar escribiré qué he encontrado... si es que vuelvo.>>

    Cierra su diario de golpe. Frustrado. Es conocedor de su falta de valor para ir al monte de nuevo... Teme encontrar lo mismo que su hermano pequeño, aquello que lo hizo cambiar por dentro. Por otro lado siente la atracción hacia el abismo, asomarse a él, incluso saltar para descubrir qué diablos se esconde donde no alcanza vista humana. Sabe que la verdad es la única sutura para sus heridas psicológicas. Debe ir, lo necesita y si existe diablo alguno en aquel agujero... esperará a que Dios esté con él en la maldita cueva.
    Se dice a sí mismo que busque en el diario el día en el que fueron allí y repasar todo lo vivido después. Al abrir las tapas negras nota el tiritar de su pulso. Busca entre las fechas, no recuerda exactamente el día. El 15 de Enero fue a un concierto, lee por encima pero ese día no es. El 18 tampoco, el 20 tampoco, el 22 tampoco... hasta llegar al 28 de Enero. La primera frase le refresca la memoria, ya que es cuando su madre le dijo para ir a esa excursión familiar. Intenta tragar saliva pero únicamente nota la textura de su lengua frotando en su paladar cual estropajo. Héctor empieza a leer su pésima caligrafía:

<< 28 de Enero.
    Hoy he vuelto a discutir con mamá. No me deja hacer lo que yo quiero, se cree que aún soy un bebé. Al volver de clase me ha dicho que mañana tengo que acompañar a papá y a Pablito a pasar el sábado por el monte, pero yo quería quedar con Laura para comer con ella, además hoy no podré salir de marcha porque tendremos que madrugar. Mamá dice que le vendrá bien a Pablito pasear por el bosque. ¿Y qué tengo que ver yo con eso? Pues se lo he dicho claro, que vayan él y papá solos, yo no tengo la culpa de que el niño sea autista, no tengo porqué hacerle de niñera los fines de semana, tengo derecho a pasármelo bien. Es imposible razonar con mamá, se ha puesto hecha una furia. Ahora me tengo que joder e ir también con ellos.>>

    Sus lágrimas manchan el papel. Duda si continuar. Le duele lo rápido en que late su corazón y nota la falta de horas de sueño. Se da dos palmadas en la cara para espabilarse y leer lo que falta de un tirón:

<< 29 de Enero.
    Vaya mierda de excursión, me tendría que haber quedado en casa y dejarme de mamonadas, un día de estos le plantaré cara a esa vieja, me tiene hasta los huevos.
    No sé qué tiene de gracia el monte, está lleno de cagadas de cabra y siempre hay los mismos árboles y las mismas plantas. Si al menos se vieran ciervos o lobos, incluso algún oso, eso molaría... ¡pero no! Sólo plantas verdes y más plantas verdes... y ninguna de marihuana, eso molaría aún más. El bobo de mi hermano no creo que se haya enterado de nada, siempre con la mirada perdida, la boca abierta y cogido a la manga de papaíto.  Encima al viejo le ha dado por hacerse el aventurero y nos ha llevado a ver “la cueva de la bruja”, cosa que ya sospechaba cuando por la mañana me ha hecho coger las linternas del desván. Eso sí, de bruja nada, ni un murciélago he visto. Además casi no nos hemos metido en lo profundo. Una estalactita por aquí, una estalagmita por allá y cacas de cabra por todos lados. Ahora que me acuerdo, el enano le ha dado un susto a papá, ha sido el único momento emocionante. No veas como se ha puesto a gritar el viejo porque Pablito, en plena cueva y sin linterna, le ha soltado de la manga y se ha puesto a correr mientras reía a carcajadas. Su risa retumbaba por las paredes y le daba un efecto chulo. El caso es que hemos ido detrás de él, supongo que papá temía por si el nene se caía por un agujero o algo, estoy seguro que de haber sido yo el viejo ni se hubiera inmutado. Seguimos el ruido de sus pasos y de su risa que nos guiaba para girar por un túnel u otro, pero no había manera de alcanzarlo ni con la luz de las linternas. Vaya careto se le quedó a papá cuando descubrimos que por donde íbamos era un túnel sin salida y ni rastro de Pablito... la verdad es que allí también me acojoné un poco. Las risas cesaron detrás del muro, no sabíamos cómo pasar al otro lado, yo también me puse a gritar su nombre, pero nada, solamente se escuchaba el repiqueteo de las goteras retumbando sobre la roca húmeda. Mientras mirábamos de encontrar una entrada secreta en los muros escuchamos una respiración ronca y lejana tras nosotros, como la de un asmático en pleno ataque. Cuando enfoqué con la linterna, la verdad, es que me pegué un susto del copón, juraría que a lo lejos vi dos ojos reflectantes como los de un gato, eran pequeños y rojos, muy rojos. De la impresión se me cayó la linterna y se me jodió. La respiración estaba al lado de mí cuando papá enfocó con su linterna y ahí estaba Pablito, con su cara de pasmado y con hilillos de saliva colgando por su barbilla. Papá fue corriendo a él y le dio un fuerte abrazo, pringándose con las babas del mocoso. Cuando seguíamos al viejo para que nos guiara con su linterna noté como el enano se giraba para mirarme amenazante, es la primera vez que me lo hace, con el ceño fruncido y una sonrisa extraña, bastante raro en él. Si papá no hubiera estado ahí le hubiera dado un capón a ese niñato.
    Ahora me iré a tomar unas birras con Laura y otros colegas, así me despejo un poco de la excursión esta, me vendrá bien un poco de desfase, que pena que me hagan volver a las dos a casa. Mis viejos a veces parecen carceleros.>>

    Con las mangas del batín Héctor se limpia lágrimas incontroladas y mucosidades. Se siente culpable por todo, sobre todo por no haber querido a su familia. Sus sollozos se pierden por los pasillos vacíos y las habitaciones cerradas, sin nadie vivo. Sigue leyendo a duras penas:

<< 30 de Enero.
    Esto lo tengo que escribir ahora que quizá luego me olvido. Son las doce del mediodía y me acabo de despertar... ayer salí de fiesta un ratillo con Laura y los demás. La cuestión es que cuando volví a casa, a las tres de la madrugada creo recordar, la verdad es que iba algo borrachete... Cuando crucé el recibidor, justo enfrente vi la puerta del salón abierta y todo estaba muy oscuro hasta que me parecieron ver dos puntos rojos brillantes, al fondo. Eran como dos ojos que me miraban fijamente, similares a los que vi en esa cueva. Ahora lo recuerdo y me entra un mal cuerpo tremendo. Cuando pregunté si había alguien allí dentro, desaparecieron. Supongo que fue algo que debí fumar ayer noche y me sentó mal, quizá la gata se estuviera paseando por allí. Cuando llegué al pasillo donde está mi cuarto vi como de un portazo se cerraba la puerta de mi hermano, la cual está justo delante de la mía. Desde su interior Pablito se reía casi afónico, intentando hacer el menor ruido posible. Lo más raro es que él nunca está despierto tan tarde. No me atreví a abrir su puerta para ver qué hacía, manda huevos, aún va a resultar que le voy a tener miedo a un niño autista que se puede pasar horas mirándose los dedos del pie. Igualmente yo estaba muy mareado y me fui al sobre a descansar un poco que bien me lo merecía.
    Bueno, voy a “desayunar".

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