domingo, 4 de diciembre de 2011

LAS ENTRAÑAS DEL MONTE (part. 4 y final)

    Héctor está mareado, no sabe si es por no haber comido durante estos dos últimos días o porque ha sentido mucho más dolor del esperado al leer estas páginas del diario. En los párrafos siguientes de su manuscrito sólo encuentra textos cortos e insubstanciales que hablan sobre Laura, los colegas y el instituto. Es al llegar al 24 de Marzo donde revive el verdadero infierno vivido. Sus palabras son ilegibles, más cercanas al garabato que a la caligrafía de una persona. Lo intenta, pero sólo llega a entender algunas letras sueltas aunque tampoco lo necesita, lo tiene grabado a fuego en su memoria. Conoce la razón para que su pulso esté tan alterado.
    Se tumba en la cama y empieza a recordar, es algo que le sucede de forma involuntaria. Recuerda el momento de la noche en el que dejó a Laura en su casa, con un bonito beso de despedida. Recuerda la canción que escuchaba en su reproductor de mp3 mientras abría el portal. Recuerda el enorme nudo que se le hizo en la boca del estómago cuando vio un gran charco de sangre en el recibidor. Y al fondo del pasillo, a lo lejos, se oía el repiqueteo de algo contra el suelo. “Prac... prac...” Se repetía una y otra vez. “Prac... prac...” Seguía sonando. Héctor llamó a sus padres, no encontró respuesta. El sonido repetitivo seguía clavándose en sus tímpanos. Si no hubiera perdido el móvil ahora mismo llamaría a la policía porque algo no iba bien. En el salón, pensó él, podía usar el teléfono fijo que hay cerca del sofá, sólo tenía que seguir andando. Seguro que todo tiene una explicación sencilla, pensó Héctor para tranquilizarse a sí mismo. Cogió el teléfono, se lo puso en la oreja y comprobó que no daba señal. Vio que el cable estaba cortado, pero algo le aterró aún más, ya no se oía el repiqueteo al fondo del pasillo. Sintió las ansias por querer salir de allí. Su propio hogar le asfixiaba. Ese silencio le ponía los pelos de punta. Héctor intentó escapar y cuando se puso ante el recibidor, de cara a la salida, todo empeoró de golpe. Ante la puerta que daba a la calle estaba Pablito en cuclillas, cubierto de sangre y completamente desnudo. A priori no prestó atención a Héctor, simplemente tenía la cabeza agachada mirando al suelo y en su mano derecha sostenía lo que parecía ser el fémur de un ser humano adulto. Empezó a golpear el charco de sangre con aquel hueso. “Prac... prac...” Poco a poco el niño empezó a levantar su mirada, sin dejar de hacer ese repetitivo ruido de percusión. Héctor se fijó primero en los ojos de rojo intenso como ventanas directas al infierno. Luego vio que el crío no tenía piel en el rostro, podían verse todos y cada uno de sus músculos faciales bañados en sangre. Con lo que le quedaba de boca esbozó una sonrisa dedicada a su hermano mayor, quién pudo ver de nuevo esos grotescos y afilados colmillos metálicos que suplían los dientes del endiablado. Cuando Pablito se irguió lentamente las piernas de Héctor reaccionaron, aún con las rodillas temblando y apunto de hacerle caer, corrió directo al pasillo para encerrarse en su cuarto y escapar, aunque fuera por la ventana. En la histérica carrera casi resbala, el suelo estaba teñido de sangre en la cual iba chapoteando. A su espalda escuchaba los pasos descalzos del decadente niño. Sin intentar girarse hacia atrás abrió la puerta del primer cuarto que encontró, era el de sus padres. Al abrir la puerta vio algo espantoso sobre la cama. Al principio a su cerebro le costó interpretar lo que sus ojos veían, ya que había algo a lo cual nadie se podría enfrentar. Era su madre desnuda y estaba completamente desmembrada, rodeada de sangre coagulada en el colchón. Se le escaparon los gritos de horror al comprobar que seguía viva. Ella levantó la cabeza, miró a su primogénito con ojos brillantes y colorados y le dedicó una sonrisa, también dentada con puntas de clavos. Grotesco era la única palabra que podía definir esa imágen. El ruido de los pasos lentos de Pablito delataba que lo tenía a pocos pasos, es entonces cuando escuchó la voz de su padre gritando: “¡Héctor, por Dios, ven aquí! ¿Me oyes? ¡Aquí estarás a salvo!” La voz venía desde el cuarto de al lado, donde estaba la habitación de su hermano. De un salto abrió esa puerta y allí encontró su padre, sentado en el suelo, le miraba con similares ojos como los que tenían ahora su madre y su hermano. Su sonrisa también estaba hecha con afiladas piezas dentales de metal. Sus manos aguantaban sus propias vísceras, tenía el estómago abierto en canal y las piernas parecían mal formadas, como si los huesos de las mismas se hubieran roto por varios sitios. En el charco inmenso de sangre podía percibirse un martillo tirado en el suelo. “Ven con papá, aquí estás seguro. ¡Vamos, abrázame!” Héctor estaba a punto de desfallecer ante tal calvario psicológico hasta que algo rozó su espalda. De un salto entró en la habitación completamente manchada de horror. Cuando su hermano pequeño dio el primer paso para acercarse a él Héctor reaccionó por impulso, dejando que su instinto de supervivencia tomase el control. Cerró la puerta con todas sus fuerzas y golpeó al pequeño engendro logrando que cayera al suelo, quedando su cabeza entre el marco y la puerta. Héctor volvió a abrirla y la cerró de nuevo con más rabia. Volvió a hacerlo hasta que ese ser dejó de intentar levantarse. Siguió hasta que los huesos del cráneo cedieron dejando escapar un crujido, le golpeó hasta que aquella cabeza se agrietó y de su interior salieron una docena de cucarachas. Héctor empezó a gritar solo. Empezó a verlo todo borroso, el mundo le daba vueltas y cayó al suelo, manchándose la espalda con sangre. Ya no se escuchaba la voz de su padre. El mundo entero quedó en silencio.
    Sobre su cama Héctor sigue recordando el día que mató a su hermano. Recuerda el momento al despertarse sobre la sangre seca y pegajosa. Con una enorme migraña se giró para ver entrar la luz del sol que hacía más visible ese desastre. Detrás de él yacía el cadáver eviscerado de su padre, apoyado en la pared. Su rostro volvía a ser humano sin ningún rasgo que le hiciera aparentar ser uno de los endiablados. Pablito estaba boca abajo con su masa craneal asomando al lado del marco de la puerta. Sigue sin poder dejar de recordar el momento en el que le dio la vuelta a su hermano y vio como sus ojos eran humanos. También comprobó que la cara del niño no estaba despellejada y en su boca ya no había rastro de colmillos metálicos. En ese instante asomó la duda, la creencia de haber sido él quien estaba completamente loco. ¿Y si todo fueron visiones? El cadáver de su madre tampoco mostraba rasgos diabólicos. Se miró las manos, estaban llenas de sangre, de arañazos y golpes. Héctor cerró las habitaciones con los cadáveres dentro. Se tiró tres horas debajo de la ducha, pero la verdadera suciedad estaba en forma de pregunta: ¿Maté a mi familia?
    Se empezó a sentir culpable por algo que no recordaba haber hecho. Aún hoy teme llamar a la policía, le aterra que le inculpen y que toda la gente le tome por loco. Cada noche que pasa el olor es más intenso pero por suerte el invierno hace que la descomposición tarde. Por eso mismo tenía apagada la calefacción de la casa desde ese día...
    Laura llama a la puerta, preocupada por su novio que ya no se conecta a internet y su teléfono fijo comunica constantemente. Él no responde. Ella se marcha llorando, con la duda de si debería ir a la policía a denunciar la desaparición ya que se extraña que no contesten ni sus padres.   
    Héctor nota la lengua seca, pero no le apetece beber. Sus pies son lentos, se arrastran como si su desgracia le hubiera encadenado los tobillos...
    Al final se autoconvence. En la cueva sucedió algo siniestro con su hermano, lo cree firmemente porque es la única opción exculpatoria. Siente la necesidad de investigar. Imprime un mapa de internet donde sitúa claramente el lugar y cómo llegar a él. Saca su poco dinero del cajero para comprar un billete de autobús que le lleve lo más cerca posible del monte que pueda. A la mañana siguiente coge la linterna que hay en la casa y una mochila que llena con las botellas de agua que compró hace una hora. Al salir a la calle cree ver a Laura cruzando un paso peatonal. Él sale corriendo en dirección contraria y no para hasta llegar a la estación de autobuses. Nota como la gente le mira mal, como si vieran a un fantasma. Pero nadie le dice nada aunque siente que en cualquier momento le parará la policía y lo encarcelarán. Nota como todos los ojos están puestos en su nuca, cree que cada gesto que hace es controlado con minuciosidad. Y así pasa todo el viaje hasta llegar al pueblo colindante con el monte.
    Al llegar no sabe situarse en el mapa. Pensaba que sería como leer un callejero, pero en el monte no hay nombres de calles ni plazas. Sigue caminando con la esperanza de encontrar esa maldita cueva. El sudor le corre por la frente al mismo tiempo que siente frío. Lágrimas sobre arbustos y tierra húmeda. Hay momentos en los que siente asfixia y la justifica con la maldición que sufre ese monte. Al cabo de hora y media encuentra el lugar.
    Se queda una hora ante la entrada de la cueva. Sesenta minutos de cobardía que le impiden dar un paso hacia su interior, hacia las entrañas del monte. Bebe un largo trago de agua. Seca su sudor con la manga de la chaqueta. Enciende su linterna con el pulso desbocado y entra en la oscuridad geográfica. No quiere esperar mucho más, sabe que tiene que volver al pueblo para subir en el autobús de vuelta. No debe perder más tiempo. No puede tragar ni su propia saliva. Siente que las paredes son más estrechas y que las estalactitas tienen más punta. Tiene miedo. Sigue andando. No puede dejar de llorar. Está obligado a encontrar algo paranormal, de lo contrario él sería el loco que asesinó a su familia. Tiene el estúpido deseo de descubrir allí dentro a su hermanito pequeño que aún sigue preso de “las fuerzas del mal”, luego él lo liberará y lo considerarán un héroe. Su novia estará orgullosa. Quizá hasta le edifiquen un monumento en su honor en alguna plaza. Fantasea mientras camina pero de momento no ha encontrado absolutamente nada. Está a punto de tropezar con una estalagmita, hecho que repetirá al cabo de media hora. La cueva está llena de pasadizos que van hacia direcciones distintas, algunas sin salida y otras en las que su cuerpo no puede pasar por los agujeros diminutos que hay. Al fin encuentra un camino que poco a poco se va haciendo más pequeño en algunos tramos. No mira su reloj, fuera podría ser de noche cuando algo cruje bajo su bota. Levanta el pie. Ahí está la linterna que se le cayó en el anterior viaje con su familia. Se asusta mucho porque eso no debería estar allí, ha caminado muchísimo y hará una hora que pasó el lugar sin salida dónde perdió esa linterna rota. Su sangre se hiela al notar algo que toca su hombro dos veces seguidas. Sus ojos le escuecen de tanto que ha estado llorando. No quiere girarse. Vuelven a golpearle en el hombro de forma repetida. Lentamente se da la vuelta. Enfoca con su linterna que no para de temblar y frente a frente se encuentra a alguien idéntico a él. Sus mismas facciones, proporciones y altura. Es imposible que sea un reflejo, aquel a quien tiene delante está desnudo y sonríe abiertamente, mostrando dos hileras de puntas de clavos oxidados. Sus ojos están completamente rojos. Se acerca esa réplica infernal de Héctor mientras susurra sin perder la mueca de alegría: “Pronto le tocará el turno a Laura”.

sábado, 3 de diciembre de 2011

LAS ENTRAÑAS DEL MONTE (part. 3)

<<10 de Febrero.
    Estoy muy aburrido sin internet. Ya me podrían quitar el castigo esos viejos, me siento totalmente oprimido, son unos fascistas.
    Hoy mi hermano ha hecho una cosa muy asquerosa. Estábamos cenando y sin previo aviso ha puesto su sonrisa extraña, luego ha dejado caer el trozo de comida que estaba masticando mientras no dejaba de mirar a mi padre. Quizá un autista reaccione así ante lo mal que cocina el viejo. Mi madre lo ha tenido que bañar porque se ha puesto perdido el muy cerdo. Cuando estaban encerrados en el baño he oído a mamá gritar como si algo le hubiera dado un susto, al salir no le ha querido decir ni a mi padre qué había pasado ahí dentro. La verdad es que estaba muy pálida.
    Son las cuatro y cuarto de la madrugada. A mi hermano le ha entrado uno de sus ataques de risa y me ha despertado a pesar de tener la puerta cerrada de la habitación...
    Parece ser que ya se ha calmado. A ver si puedo dormir algo que mañana tengo clase, a este paso me van a salir unas ojeras de kilo.

13 de Febrero.
    Hoy he vuelto a matar a una cucaracha, es la quinta que me encuentro por la casa esta semana. Además parece que siempre vengan a mí, es muy desagradable tenerlas que pisar.
    Mamá me ha devuelto el ordenador, parece que se les ha pasado el enfado de cuando me pillaron con Laura. Quizás es como agradecimiento a mis dotes de exterminador de plagas, ella les tiene un pánico atroz a esos bichos.

23 de Febrero.
    Algo pasa. No lo entiendo. No sé por dónde empezar. Me tiembla el pulso y no sé si seré capaz de expresar lo que ha sucedido. Tengo miedo. Mis padres no me creen...
    Han pasado dos horas después de las últimas palabras que he escrito. Creo que ahora estoy un poco más calmado, al menos ya no me tiemblan las manos. Es muy duro lo que voy a escribir aquí... tengo ganas de llorar, a veces siento que no me entra el suficiente aire en los pulmones pero necesito escribirlo:
    Ayer noche me fui a dormir a las doce como de costumbre después de chatear un ratillo con Laura y los colegas. El caso es que cuando iba a poner la alarma en el móvil descubrí que se me había perdido, lo busqué por todos lados y no hubo manera de encontrarlo. Entonces le dije a mamá que me despertara por la mañana, ya que ella siempre se despierta un poco antes para ir a trabajar, además yo estaba demasiado cansado para seguir buscando. Me fui a la cama y me quedé dormido bien rápido. No sé en qué momento algo me despertó. Yo estaba acostado de lado con la cara hacia la pared, aún no había abierto los ojos cuando empecé a escuchar unos susurros muy cerca del oído. Eran de niño, de Pablito. Parecía que hablara en una lengua extranjera, como si fuera latín o algo parecido. Un escalofrío me estaba recorriendo la espina dorsal, llegó incluso a dolerme. La cuestión es que no tenía el valor para abrir los ojos y mucho menos para darme la vuelta. Por dentro deseaba que lo que sentía fuera una pesadilla... sólo quería despertar. Los susurros continuaban. Me di cuenta que yo estaba tiritando, tenía ganas de llorar cuando algo húmedo me empezó a resbalar por la cara. Intenté moverme pero estaba paralizado, era presa del pánico. Tragué saliva y abrí los ojos, fue entonces cuando se hizo el silencio. En ese momento creí que sí había sido una puta pesadilla pero algo pequeño se movió en la oscuridad. Era la pared que había delante de mi cara, me di cuenta de que sólo era una de esas malditas cucarachas. De golpe empecé a escuchar que alguien susurraba mi nombre a mis espaldas. Casi de un salto me di la vuelta irguiendo la cabeza para saber quién había allí. De nuevo vi dos ojos rojos brillando entre tinieblas. Apenas estaban a un metro de mí, mirando desafiantes. Mi reacción fue orinarme encima, no pude controlar la vejiga. Intenté encender el interruptor de la luz que hay justo al lado de mi cama. En el primer intento a ciegas y con un golpe rápido aplasté sin querer a la cucaracha que había, incluso ahora sigue la mancha en la pared. A la segunda acerté a encender la luz y ahí estaba él, mi puto hermano... o algo parecido a él, completamente desnudo dejando al aire las marcas de las heridas que se hizo en el estómago con aquellas tijeras. Sus ojos estaban enmarcados en ojeras negras y era como si estuvieran inyectados completamente en sangre, no había nada humano en ellos. Acercó su rostro y de súbito emitió un grito amenazante, creo que dijo una palabra pero a duras penas presté atención. Su boca estaba negra, como si hubiera tragado betún y en vez de dientes había eso que parecía una multitud de puntas de clavos brillantes. Se me volvió a escapar la orina, incluso más que antes. Me faltaban el aire y el valor para gritar y pedir ayuda. Entonces mi hermano, o lo que fuera eso, se cogió el pene con una mano y empezó a apretarlo, clavándose las uñas hasta que asomaron gotas de sangre y fueron cayendo al suelo, luego empezó a agitarlo para que la sangre me salpicara a mí mientras él mostraba una mueca burlesca en ese rostro infernal. Al final volvió a gritar no sé qué, me escupió con desprecio y se fue de mi habitación corriendo, dando un portazo en mi puerta primero y luego en la de su cuarto. Escuché sus carcajadas durante un minuto más o menos. Finalmente me puse a llorar como un niño pequeño, estaba aterrado y humillado por lo que era (o sigue siendo) mi hermano de ocho años. Sentí que me había vuelto loco del todo. A pesar de la incomodidad por haberme meado encima y al cabo de una hora de llanto, sin que mis padres se dieran cuenta, me quedé dormido.
    Esta mañana mi vieja me ha despertado gritando. Cuando entró en mi cuarto notó el mal olor y al acercarse a ver de dónde venía vio la mancha de pis que había en la manta. ¡La vieja se puso a regañarme a gritos por eso! Decía que yo era muy mayor para esas cosas. Ni siquiera pretendía escucharme. cuando le expliqué lo que vi ayer noche no me creyó lo más mínimo. Me dijo que mi hermano no era un monstruo de feria, que lo de los ojos rojos y los dientes metálicos sólo pasa en las películas que miro, las cuales me han atontado según ella. Luego me ha dicho que no me invente excusas tontas para evitar esconder lo ridículo que es a mi edad necesitar pañales. Me comentó que mi hermano estaba tranquilamente dormidito y que ni se me ocurriera despertarlo con mis “gilipolleces”.
    Desde luego que hoy ha quedado demostrado que mi madre no me quiere lo más mínimo. Cuando se ha ido la idiota esa a trabajar he notado como en un lado de mi cara había una substancia pegajosa reseca y transparente, debía ser ese líquido que noté cuando él me susurraba al oído.
    Al llegar a clase todo el mundo me preguntó que qué me pasaba, porque me veían distante y malhumorado. No me he visto con coraje para decírselo ni a Laura. Les he contado que he discutido con mi madre y ya no han hecho más preguntas.
    Al volver a casa le he pedido a mi padre que me lleve a casa de la abuela para vivir una temporada con ella. Me da escalofríos tener a mi hermano justo enfrente de mi cuarto. Por supuesto mi padre me ha dicho que no, cree también que es una excusa estúpida por haberme meado en la cama.
    Ya no sé qué creer. Sé que suena a locura decir que Pablito está endemoniado, quizá me estoy volviendo loco de verdad. A lo mejor los telediarios tienen razón y los porros joden a lo bestia el cerebro... No sé ni para qué escribo todo esto, quizá dentro de unos años me esté riendo de mí mismo al leer todo esto.
    Para colmo sigo sin encontrar mi teléfono. Menos mal que puedo contactar con Laura por el facebook.>>

jueves, 1 de diciembre de 2011

LAS ENTRAÑAS DEL MONTE (part. 2)

2 de Febrero.
    Hoy he pasado la tarde con Laura, la verdad es que me ha levantado el ánimo estar con ella, sobre todo después de la bronca que me ha echado el profesor de Física, qué más le dará si no traigo los deberes hechos a clase, total, le pagarán igual... la próxima vez que me grite en público le doy una hostia delante de todo el mundo. Laura es genial, como me ha visto triste me ha llevado a los probadores de “El Corte Inglés”. Es genial lo que es capaz de hacer con la lengua.
    Cuando he llegado a casa mis padres estaban gritando, al principio pensé que estaban discutiendo otra vez entre ellos, pero no, le estaban echando la bronca al enano, no sé qué le debe pasar. Le estaban regañado por pegarle patadas otra vez a la gata. Antes parecía que quisiese mucho a ese animal, bueno, él sabrá .

4 de Febrero.
    He vuelto a suspender un examen de Historia, vaya mierda, a este paso esa asignatura me quedará para Septiembre. Suerte que la clase de Literatura me va bastante bien, he vuelto a sacar un 9, esta vez ha sido por un relato de tres páginas que nos hizo escribir la profesora.
    Esta noche papá se ha llevado a la gata a casa de la abuela. Por lo visto mi hermano no para de golpearla. Por mucho que mis padres le griten él se queda con una sonrisa fría mirando a un punto imaginario. Esta tarde mi madre lo ha pillado justo en el momento antes de que fuera a clavarle unas tijeras al pobre animal. En el fondo tampoco es que me dé mucha pena, era una gata aburrida, encima con ese estúpido nombre que le puso mamá: “Mindy”, es totalmente cursi. Lo raro es que no la maltratara yo también. Bueno, al menos si se queda en casa de mi abuela no dejará pelos por todos los sofás y la ropa, ¡qué asco!

5 de Febrero.
    Hoy Laura me ha preguntado por qué escribo un diario si lo que hago en el día a día lo pongo en el facebook. Me ha sorprendido, a veces parece que en las redes sociales se tenga que poner de todo, cuando justamente son superficiales a más no poder. Le he respondido que en internet proyecto mis gustos, deseos y alguna que otra idea, por contra en el diario escribo más sobre mi vida íntima, vivencias que a lo mejor no podría compartir con todos. Se ha puesto muy celosa cuando le he dicho que no se lo quería dejar leer, se cree que aquí escribo infidelidades y cosas así, se ha puesto a gritar hasta que le he dicho que cuando hagamos un año juntos se lo dejaré leer, entonces se ha calmado.
    Son la una de la madrugada, escribo esto porque mi hermano me ha despertado, está en su cuarto riendo solo como un loco. Esto no es normal.
    Mi padre ha entrado en su cuarto para ver qué hacía. Lo ha encontrado haciéndose cortes en la tripita con unas tijeras de punta afilada. ¿Por eso se reía?  ¡Está como una cabra! Se lo acaban de llevar a urgencias mis padres, ahora acabo de fregar las gotas de sangre que ha dejado Pablito por el pasillo cuando se lo llevaba en brazos papá. Lo raro es que las tijeras están todas puestas en estantes a los que él no llega, especialmente después de que intentase matar a la gata con unas iguales. No sé cómo las ha conseguido.
    Hace veinte minutos que mi padre ya ha llegado. Han ingresado a Pablito en el hospital, en el ala de psiquiatría. Le han limpiado las heridas y vendado, por suerte no le han tenido que poner puntos, sus cortes no eran demasiado profundos como para necesitarlos. También me ha contado que cuando el médico le iba a ver la herida el niño se ha puesto a gritar como un loco y le ha golpeado en la cara, hasta le ha salido sangre de la nariz. Le han inyectado un calmante y ya veremos qué pasará durante los siguientes días.>>

    Héctor deja de leer. Se da cuenta que en esa página es el testimonio del inicio de la destrucción de su familia.
    Va a la cocina a llenarse un vaso de agua por fin, quizá con el último vaso que sigue entero. Bebe mientras sus lágrimas gotean sobre el fregadero. Un trémulo suspiro se le escapa al volver a su habitación y coger de nuevo el diario. Se sienta. Lee como en los dos posteriores días al 5 de Febrero escribe sobre Laura y el instituto especialmente. No hay nada más escrito sobre Pablito hasta llegar al octavo día:

<< 8 de Febrero.
    Hoy le han dado el alta a Pablito. Iba cogido de la manga de mamá, mientras se tocaba el lóbulo de la oreja con la otra mano de forma compulsiva al entrar por la puerta. Parecía como si le sorprendiera su propia casa, como si no la reconociera. A mí ni me ha mirado. Quizá fuera por la nueva medicación, como ha dicho papá. También he oído cómo hablaban mis padres entre ellos y decían algo de “pulsiones psicopáticas reprimidas” o algo por el estilo.
    Me he ido a fumar unos petas para olvidarme del mal rollo que da mi hermano, además con esas ojeras que lleva ahora parece salido de una peli de terror de cuando eran mudas. Desde que mi hermano está raro mis padres ya no me echan tantas broncas por llegar tarde a casa. No hay mal que por bien no venga.
    Mañana miércoles viene Laura a “estudiar” en casa.

9 de Febrero.
    No sé qué pensar. ¡Lo que ha sucedido hoy me parece del todo increíble! Estoy hasta los cojones de ese niñato... >>

    Ahí se acaba el texto de ese día. A causa de la rabia lo dejó a medias el día que lo escribió. Aún así le vienen recuerdos nítidos de las razones de su indignación. A su memoria le vienen los momentos de estar a solas con Laura besándose tiernamente, acariciándose debajo de la ropa, el uno desnudando al otro en vez de estudiar la asignatura de Historia. Después de que Héctor se enfundase el condón empezaron a hacer el amor. En el fondo esa era la verdadera razón de la reunión de aquella tarde y los dos lo sabían. Intentaban ahogar sus gemidos tapándose la boca para evitar que sus sonidos delataran, a los padres de él, la unión lúbrica de sus cuerpos. Entonces Héctor sintió como la puerta se abría poco a poco detrás de él, notó la presencia de alguien y se le heló la sangre. Dejó de embestir con sus caderas, se giró para descubrir a su observador y vio primero en el umbral de la puerta el destello de dos ojos rojos que le miraban fijamente a contraluz. Ahí estaba su hermano de pie sonriente con una mirada que no podía ser humana. Pablo abrió la boca y de ella salieron tres cucarachas que empezaron a recorrer el rostro del niño, luego volaron hacia los dos amantes. Una de ellas fue directa a Laura, quien no veía lo que sucedía en la puerta porque su novio tapaba la visibilidad, la pobre chica se puso a gritar histéricamente cuando el bicho enorme se posó sobre su vientre. Las otras dos se colocaron en los brazos de Héctor quien cayó de la cama intentando esquivarlas. Él volvió a mirar a la puerta y allí seguía su hermano, fijándose en la boca sonriente que a cada segundo que pasaba estaba más abierta, parecía que en vez de dientes hubiesen clavos saliendo de sus encías. Héctor reaccionó horrorizado ante eso, cerró los ojos y gritó con todas sus fuerzas mientras con una mano chafaba una de las cucarachas. Su novia seguía gritando de asco cuando sus padres llegaron para ver el motivo de tanto escándalo. El hermano pequeño ya no estaba, el panorama fue ver a su hijo mayor desnudo en el suelo con el condón aún puesto y a su chica en la cama, respondiendo que había visto una cucaracha. A Héctor le sorprendió que ella no hubiera visto el horrendo rostro de Pablito, era imposible que fuera fruto de su imaginación. Al final fue la fantasía de él la única explicación que cabía, era absurdo pensar que su hermano era un monstruo, un zombi o cualquier chorrada de las películas de terror. Se autoconvenció que el porro que se fumó al salir de clase le había pegado más fuerte de lo normal.
    Cuando su chica se fue avergonzada a casa, sus padres le echaron una bronca a Héctor, ya no por intimar con ella sino por haberles mentido y decir que estaban en el cuarto estudiando para preparar exámenes. Por supuesto no se creyeron lo que él dijo acerca de su hermano, poco más y lo llevan a un psiquiatra por inventarse tales patrañas. Por ello el castigo fue quitarle el ordenador para que no pudiera ver películas de terror desde alguna página web.
    Ahora Héctor gira la página de su diario, traga saliva y sigue leyendo:

Libro Negro III - Fados Crudos (part. 4)