En los años 70 las economías estatalizadas de occidente, también llamadas socialdemocracias, vivían un período de ´estanflación`, es decir, un estancamiento económico con altos índices de inflación que supusieron grandes cifras de paro. Esta situación la aprovechó el ala derechista de la política y los partidos tradicionalmente conservadores se transformaron en adalides del libre mercado.
¿Qué suponía esa “nueva” forma de ver la economía? Primero de todo significó el desligamiento paulatino de la excesiva influencia estatal en los mercados, similar a las economías decimonónicas, donde el capitalismo no estaba sujeto a restricción alguna a nivel financiero. Esos ideales fueron teorizados y actualizados por Von Misses y Hayek en Europa; y Milton Friedman en Estados Unidos, los dos últimos autores recibieron sendos Premios Nobel de economía.
Las políticas de Ronald Reagan (en EE.UU.) y Margaret Thatcher (en Reino Unido) dieron pie a lo que poco después se llamaría globalización. En pocas palabras, el mercado se hacía mundial. Por ejemplo, lo que comprabas barato en Taiwan lo vendías caro en Alemania o Francia. La mano de obra tercermundista (y casi esclava) abarataba totalmente los costos de producción, permitiendo un margen de beneficio mayor y ello compensaba, con creces, el pago del transporte de aquellos productos fabricados en el lejano oriente. Lo mismo pasaba con el petróleo y la alimentación, todo lo barato llegaba desde el extranjero. Contra sus precios era imposible que compitieran las empresas occidentales, las cuales cerraban o sus fábricas se deslocalizaban para ser llevadas a países subdesarrollados, con niveles de vida más bajos y tenues legislaciones que defendieran a los trabajadores.
Los precios reducidos hicieron que aumentara el consumo en todo occidente y ese flujo constante de dinero hizo que las economías creciesen. La lógica de la oferta y la demanda hacía que se necesitasen más materias primas para abastecer a un primer mundo derrochador sin límite. Aquello que no era consumido se tiraba a la basura o se destruía sin el menor remordimiento. Además, Thatcher quitó las restricciones que tenían los bancos para poder invertir/especular con el dinero de los ahorros que depositaban sus clientes, la mayoría de clase media (dato que explica porqué se rescata de la quiebra a los bancos actualmente). Las circunstancias del auge capitalista hicieron que el bloque soviético acabara colapsando.
El nuevo paradigma económico se basaba en un crecimiento constante de la riqueza, que idealistamente se creía infinito, olvidando que las materias primas de la Tierra son limitadas. De ahí, por ejemplo, la alarmante deforestación de la Amazonia, donde varios grupos ecologistas se llevaron las manos a la cabeza al ver a la velocidad en que se destruía el llamado “pulmón del planeta”. Se repetían catástrofes medioambientales como vertidos de crudo en el mar o la polución excesiva en la atmósfera, siendo indicadores del peligro que correríamos en el futuro. La explicación de esta estupidez venía de una corriente utopista de “pensamiento” en los años 40, llamada prepotentemente ´objetivismo`. Su máxima ideóloga era Ayn Rand, una rusa exiliada en Nueva York. Su idealismo era tal que veía con buenos ojos el máximo egoísmo individualista y negaba la necesidad de un pensamiento colectivo, creando la arquitectura de una lógica basada en el enriquecimiento rápido y de cualquier modo, estandarte del pensar sólo “a corto plazo”, algo habitual en la actualidad. Para ella el mundo se dividía entre triunfadores y perdedores, algo que los “tiburones” de Wall Street usarían para evitar cualquier tipo de remordimiento cuando, por culpa de sus especulaciones, hicieran que miles de familias se quedasen en la calle.
Ayn Rand también fue muy influyente para el hombre que sería presidente de la Reserva Federal estadounidense desde la era Reagan, el gurú financiero Alan Greenspan. Dicha institución es la encargada de imprimir los dólares norteamericanos. La estupidez de su presidente fue tal que logró un aumento irresponsable de la circulación monetaria, fomentando el crédito a un nivel absurdo que ahora occidente sufre, viviendo una crisis de deuda por culpa del “mayor capullo del universo” (como le tilda Matt Taibbi en su libro ´Cleptopía`).
Otro mito que lleva el libre mercado, también conocido como neoliberalismo, es que las economías libres de influencia estatal se autorregulan, donde una “mano invisible” logra solucionar los problemas que se ocasionan. En pocas palabras, un ejercicio teológico de fe en el porvenir y en la providencia, especialmente cuando las cuentas corrientes de aquellos que financian a los políticos se estén llenando.
¿De qué sirven las riquezas cuando el mundo se autodestruye? Los beneficios económicos no deben ser compensación por hipotecar el futuro de los que heredarán el planeta. Las élites económicas siguen explotando un mundo en el que cada vez se extinguen más especies animales y vegetales y donde es más sencillo tener cáncer por culpa de la polución. La desertización de nuestro hábitat hará que los conflictos futuros sean por el control de los recursos hídricos, si no vamos con cuidado, el agua potable será tan estratégica como lo es hoy el petróleo, con el agravante que conlleva ser un recurso de primera necesidad. “Los seres humanos son autónomos, pero sólo sobre la base de la dependencia más profunda que tienen de la Naturaleza, del mundo y de los demás.” No podemos olvidar estas palabras, escritas por Terry Eagleton, o acabaremos lanzándonos al abismo del olvido, por muy llenos de dinero que tengamos los bolsillos. La amoralidad de las economías sólo puede llevarnos al canibalismo.
¿Qué suponía esa “nueva” forma de ver la economía? Primero de todo significó el desligamiento paulatino de la excesiva influencia estatal en los mercados, similar a las economías decimonónicas, donde el capitalismo no estaba sujeto a restricción alguna a nivel financiero. Esos ideales fueron teorizados y actualizados por Von Misses y Hayek en Europa; y Milton Friedman en Estados Unidos, los dos últimos autores recibieron sendos Premios Nobel de economía.
Las políticas de Ronald Reagan (en EE.UU.) y Margaret Thatcher (en Reino Unido) dieron pie a lo que poco después se llamaría globalización. En pocas palabras, el mercado se hacía mundial. Por ejemplo, lo que comprabas barato en Taiwan lo vendías caro en Alemania o Francia. La mano de obra tercermundista (y casi esclava) abarataba totalmente los costos de producción, permitiendo un margen de beneficio mayor y ello compensaba, con creces, el pago del transporte de aquellos productos fabricados en el lejano oriente. Lo mismo pasaba con el petróleo y la alimentación, todo lo barato llegaba desde el extranjero. Contra sus precios era imposible que compitieran las empresas occidentales, las cuales cerraban o sus fábricas se deslocalizaban para ser llevadas a países subdesarrollados, con niveles de vida más bajos y tenues legislaciones que defendieran a los trabajadores.
Los precios reducidos hicieron que aumentara el consumo en todo occidente y ese flujo constante de dinero hizo que las economías creciesen. La lógica de la oferta y la demanda hacía que se necesitasen más materias primas para abastecer a un primer mundo derrochador sin límite. Aquello que no era consumido se tiraba a la basura o se destruía sin el menor remordimiento. Además, Thatcher quitó las restricciones que tenían los bancos para poder invertir/especular con el dinero de los ahorros que depositaban sus clientes, la mayoría de clase media (dato que explica porqué se rescata de la quiebra a los bancos actualmente). Las circunstancias del auge capitalista hicieron que el bloque soviético acabara colapsando.
El nuevo paradigma económico se basaba en un crecimiento constante de la riqueza, que idealistamente se creía infinito, olvidando que las materias primas de la Tierra son limitadas. De ahí, por ejemplo, la alarmante deforestación de la Amazonia, donde varios grupos ecologistas se llevaron las manos a la cabeza al ver a la velocidad en que se destruía el llamado “pulmón del planeta”. Se repetían catástrofes medioambientales como vertidos de crudo en el mar o la polución excesiva en la atmósfera, siendo indicadores del peligro que correríamos en el futuro. La explicación de esta estupidez venía de una corriente utopista de “pensamiento” en los años 40, llamada prepotentemente ´objetivismo`. Su máxima ideóloga era Ayn Rand, una rusa exiliada en Nueva York. Su idealismo era tal que veía con buenos ojos el máximo egoísmo individualista y negaba la necesidad de un pensamiento colectivo, creando la arquitectura de una lógica basada en el enriquecimiento rápido y de cualquier modo, estandarte del pensar sólo “a corto plazo”, algo habitual en la actualidad. Para ella el mundo se dividía entre triunfadores y perdedores, algo que los “tiburones” de Wall Street usarían para evitar cualquier tipo de remordimiento cuando, por culpa de sus especulaciones, hicieran que miles de familias se quedasen en la calle.
Ayn Rand también fue muy influyente para el hombre que sería presidente de la Reserva Federal estadounidense desde la era Reagan, el gurú financiero Alan Greenspan. Dicha institución es la encargada de imprimir los dólares norteamericanos. La estupidez de su presidente fue tal que logró un aumento irresponsable de la circulación monetaria, fomentando el crédito a un nivel absurdo que ahora occidente sufre, viviendo una crisis de deuda por culpa del “mayor capullo del universo” (como le tilda Matt Taibbi en su libro ´Cleptopía`).
Otro mito que lleva el libre mercado, también conocido como neoliberalismo, es que las economías libres de influencia estatal se autorregulan, donde una “mano invisible” logra solucionar los problemas que se ocasionan. En pocas palabras, un ejercicio teológico de fe en el porvenir y en la providencia, especialmente cuando las cuentas corrientes de aquellos que financian a los políticos se estén llenando.
¿De qué sirven las riquezas cuando el mundo se autodestruye? Los beneficios económicos no deben ser compensación por hipotecar el futuro de los que heredarán el planeta. Las élites económicas siguen explotando un mundo en el que cada vez se extinguen más especies animales y vegetales y donde es más sencillo tener cáncer por culpa de la polución. La desertización de nuestro hábitat hará que los conflictos futuros sean por el control de los recursos hídricos, si no vamos con cuidado, el agua potable será tan estratégica como lo es hoy el petróleo, con el agravante que conlleva ser un recurso de primera necesidad. “Los seres humanos son autónomos, pero sólo sobre la base de la dependencia más profunda que tienen de la Naturaleza, del mundo y de los demás.” No podemos olvidar estas palabras, escritas por Terry Eagleton, o acabaremos lanzándonos al abismo del olvido, por muy llenos de dinero que tengamos los bolsillos. La amoralidad de las economías sólo puede llevarnos al canibalismo.
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